Noche de luna y de
luciérnagas, dame la calma
que necesita el hombre
para llegar
hasta las claridades
primeras: ese momento
en el que las gentes
del campo ponen en marcha
el mundo tirando de
una cuerda.
Lava con tus paños
negros la fatiga y el sudor de los días,
para que limpia y
aterciopelada brille la piel
en las barandas, en
los rosicleres de la aurora,
en la arista azul de
la piedra, donde canta
el pájaro que llaman
roquero solitario.
Acúname en ictericia
de sueño;
en tu luz reflejo de
silencios, blanda
como para ser besada.
Que la mañana me coja
sin espinas y a salvo
del acérrimo rodar de
la costumbre.
Y pueda agradecértelo
a besazos de alba...
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