miércoles, 19 de septiembre de 2012

Golpe bajo

Con la música del organillo le venían las palabras de su padre. Envueltas entre las notas de la música caían desde lo alto, desde la luz cromada de la bóveda gótica. Una lluvia de letras componiendo las frases tantas veces oídas.

Él estaba allí, de pie, junto al altar, cumpliendo o realizando al fin, el más insistente de sus consejos: “Cásate con una rica, hijo; es la única manera que tenemos los pobres de hacer un poco de revolución y de tracamundear, de paso, las clases sociales. No hay otra”.

Pero cómo un hombre con los PENSAMIENTOS y con los IDEALES de su padre podía decir esas cosas.

Él se lo había creído y ahora iba a casarse con Rosaura o con el vestido de lentejuelas de Rosaura; con su diadema de siete zafiros; con su sortija de oro simulando licuarse, último capricho de un excéntrico orfebre; con sus zapatos de diamantes, absolutamente hechos de diamantes, como hay calaveras confeccionadas con diamantes..., con el chanclo de corcho, también, en el que al fin y al cabo se deberían sustentar aquellos diamantes que hasta decurrían por el tacón y cuya punta terminaba, como no, en un diamante; con el bolso de novia, semejante bolso de novia de policromada pedrería; con la pulsera indescriptible de valor incalculable; con el collar, los pendientes y los alfileres condescendientes con la plata, resumido todo luego en semitransparencias de mucho encaje y micro fibra, ligeras, sutiles, blanca lencería, eso ya oculto a la vista, acomodado en el acomodado cuerpo gentil de Rosaura, haciendo nido en sus lozanías, apretando un poco más, aunque parecía imposible prensar aquel prensado, delicioso, magro y perfecto cuerpo de Rosaura...

¿Y si eran solo palabras, cosas de su padre?... Su padre era un hombre de palabra, sí, pero, ay, también de muchas palabras, y entre tantas...: “Hay que saber esperar, te enamorarás igual de una que de otra; a vuestra edad sobra amor, y muere y renace ese amor como la hierba aunque lo riegues con besos o con lágrimas”... Era otro de sus estribillos.

No podía ser cierto. Aquel hombre que hasta el día de su muerte mantuvo la DIGNIDAD, el COMPROMISO, la INTEGRIDAD... Leyó entonces el fragmento apologético de un pasaje bíblico escrito con letra cancilleresca sobre el esmalte de un azulejo del Puente del Arzobispo: “Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.”

Soltó con delicadeza la delicadísima mano de Rosaura y salió de la iglesia lentamente, mirando las caras de los invitados. Todas y todos tenía el rostro de su padre.

Sonaba, ahora sí, in crescendo, como tendones con rabia arañando las junturas de las piedras, el organillo.


     19/9/2012   Mientras se pasan los higos      Cuevas del Valle      Santos Jiménez