lunes, 26 de marzo de 2012

Concierto de jazz con ensoñaciones de tocado masculino

Cuando el batería intensificó su son
se despojó de la gorra con alargada visera
y se le vio la calva muy blanca...
Me acordé entonces, antojos que tiene el recuerdo,
quizá no tan caprichoso pues el ritmo era de marcha,
de las calvas blancas, las caras renegridas
y la boina entre las manos que llevaban
los hombres en los funerales camino del cementerio.
La cara tan negra de trabajar al sol de los campos
y el cráneo blanco por no desprenderse en la faena
de aquella prenda funda-mental...

Bailaban boinas, gorras y sombreros a ritmo de jazz.

Me acordé de las gorras que me traen mi hija y mi hijo
de sus intercambios escolares y de sus viajes de estudios.
Son el mejor regalo: algo me toca en la cabeza de esos viajes
a Italia, Alemania, Dinamarca, Francia...
Luzco con cierto orgullo el tocado y presumo de su procedencia.
Bailó también a ritmo del jazz de Varadero
la boina tolosana Elosegui que hace más de treinta años
regalé a mi padre y que compré
en una tienda de la Plaza Mayor de Madrid.
La misma que llevaba puesta el día en que murió.
Me la entregaron junto con otras cosas,
metidas todas en una bolsa de plástico,
cuando se lo llevaron en la UVI móvil...
A él ya no iba a hacerle falta.
Me la pongo en ocasiones porque mi sombra
se parece así a su sombra.

Bailaban sombreros calañeses, olé, a ritmo de jazz.

-¿Es usted vasco? Me preguntó en la sierra
un vigilante de frontera en tierra de nadie,
guardián de las ruinas, celoso del derribo
 y de la carcoma de la vara de tiro de los carros,
sorbedor de nieves negras de los camposantos...
-¿Es usted vasco? Como si estas boinas
 no se hubieran usado en las neblinas interiores,
en las pardas mesetas,
como si no se usaran aún en nuestros pueblos,
embutidas, a veces, hasta las orejas,
con el rabillo tieso en medio
como un pequeño respiradero del cerebro...
¿Y porqué tengo que explicar que con ella no solo
me cubro la cabeza sino que rememoro
la arcaica cabeza de mi padre?

Bailaban sutilmente aterciopelados sombreros
de piel de topo a ritmo de jazz.

Silabeaba la cantante bajo la nube de sombreros
de piel de topo que oscilaban a ritmo de jazz.

Debido, tal vez, al cambio climático, la gente común
se ha desprendido de esa prenda de vestir
que nos protege los sesos del calor y del frío
con la consiguiente pérdida de las normas de urbanidad
y cortesía que implica su uso.
Si no se lleva boina, gorra, gorro o sombrero
es aconsejable no practicar esos preceptos con la cabeza.
Es decir: quitársela al paso de una procesión o autoridad,
perderla por contemplar a una dama,
colgarla en los percheros de los ministerios...

Bailaban a ritmo de jazz cascos de protección de obra,
de polietileno, amarillos, verdes, rojos, azules...
resistentes a los rayos ultravioletas,
con tirilla regulable y aislamiento térmico,
cinta textil de desudoración, recambiable, claro,
disponibles, además, con ventilación y sin ventilación,
con posibilidad de ajustar a ellos gafas protectoras del globo ocular,
mascarillas, barboquejo con mentonera...
¡La leche, parece un yelmo!

Bailaban, al fin, sombreros de paja caribeños o panameños o mestizos
en el cielo de la sala, por encima de todas las cabezas,
a ritmo de jazz.

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