miércoles, 12 de diciembre de 2012

Cantar de Cantares Fray Luis de León




Para consuelo de impedidos y entretenimiento de convalecientes están también los versos. Los versos, todos escritos por el hombre...

«El cerco de tus muslos como ajorcas hechas por mano de oficial» Traduce Fray Luis de León el Cantar de los Cantares. Interpreta: «Desciende aquí a tantas particularidades el Espíritu Santo, que es cosa que espanta» ¿A quién espantaba, a él como religioso y hombre al mismo tiempo? Hombre, y mucho hombre, si nos regimos por las explicaciones que nos da a continuación: «El cerco de tus piernas y muslos  son como ajorca bien calzada de mano de maestro. Y esto dice por la espesura, y macicez de las piernas, que no eran flacas, sino rollizas, y bien hechas, y redondas: en tal manera que si hiciese un artífice una ajorca, o collar de muy perfecta redondez, y se lo ciñiese a las piernas, vernia muy justo, y se hinchiria todo el redondo de la carne dellas. Donde decimos, cerco, la palabra hebrea es Hamuk, que quiere decir, cerco, o redondez; y de aquí algunos entienden las coyunturas, y como goznes de la rodilla donde juega el muslo»... Y ahora viene lo mejor. Aquí descubrimos al  Fray Luis mirón: «Bien se descubre sobre los vestidos el grueso, y buen talle de los muslos, mayormente cuando la mujer va con priesa, y contra el aire»... ¡Me encanta Fray Luis!

Del Cantar de los Cantares  (Fragmento) por  Santos Jiménez. Para matar el rato

(Esposo)
¡Qué bellos tus pies en tus sandalias!
Tu ombligo taza de luna llena, y tu vientre un montón de trigo rodeado de violetas.
Tus pechos dos cabritillos saltarines y respingones.
Tu cuello torre esbelta en la que tus ojos son como lagunas a las puertas de la ciudad brillante, y tu nariz ventana en la frontera.
Tu cabeza un monte, y tu cabello el brincar del agua por las canales bermejas de los cerros.
¡Y aún así, más te embelleciste, te enmelaste y te cubriste de deleites!
Estás dispuesta como palma, y tus pechos son ahora como racimos de vid
rebelde trepadora en esa palma.
Quiero subir a la palma, cosechar sus racimos y oler tu aliento de manzana.
Todo tu olor, que es como el del mejor vino, que cuando pasa por la boca despierta los adormilados labios.
(Esposa)
Soy tuya, de tu deseo.
Ven conmigo, salgamos al campo, vivamos de nuevo en las granjas.
Nos levantaremos de madrugada para ver florecer la viña y descubrirse la uva.
Allí, bajo el granado, te daré mis amores.
Las olorosas mandrágoras, y todos los dulces frutos nuevos y viejos, que todos los tuve guardados dentro de mis puertas para ti...


Que el Espíritu Santo me perdone, pero yo veo lo que veo y siento lo que siento. Y que sean condescendientes también Juan de Yepes y por supuesto Fray Luis. A ver, la explicación simbólica, alegórica, paraboloide elíptica se entienden. Tal vez sea que uno, no obstante, solo llega a donde llega.
Por cierto a Fray Luis de León y a San Juan de la cruz «cárcel les dieron las Españas», el Espíritu Santo no puede sufrir ergástula, su inmaterialidad le salva. O sus alas de paloma tripolina. 

                                Santos Jiménez 12/12/12  Hecho polvo. Y junto al fuego



sábado, 1 de diciembre de 2012

Al fin buenas noticias: sobremesa con diamantes


Aún quedan comercios, al menos por estos pueblos, en los que sobre el suelo, apoyados al mostrador, hay sacos abiertos y remangados llenos de pimentón, garbanzos, judías, lentejas, carillas...

Para amortiguar la mala conciencia que me crea la duermevela de la siesta, echo mano del papel más cercano y me pongo a leer, y en este caso, a ver fotografías pues esto parece una revista, tal ver el dominical de algún periódico... En la primera imagen una mujer se cubre el sexo con un centollo. Lleva al cuello gargantilla en oro amarillo con diamantes y ojo de granate tsavorita... La segunda foto es la de otra mujer imitando la pose con la que Dalí pintó a Gala con el pecho desnudo. Luce un collar de perlas con cierre de rubíes y varias sortijas de oro rojo, calcedonías y heliotropos...

¿Me habré dormido y estaré soñando?

Tal vez sí. Leo. “La joyería está cambiando: ya no es solo para las grandes ocasiones”. Serpenti de oro rosa y diamantes (41800€). Tank francés (17100 €). Reloj Reine de Naples con diamantes (55600 €). Anillo con topacio azul (3820€); con amatista (3770€); con citrinos (3760€). Collar de paladio con diamantes y perla (44260 €).
“Cada temporada nuevas propuestas se suman al joyero y lo actualizan”. Colgante con diamantes blancos y amarillos (c. p. v.). No sé lo que significan esas siglas. Busco en la Web: La gloria o la ruina. Líneas torcidas. Demasiado. Control técnico y prevención de riesgos. Clasificación c. p. v. Ministerio de hacienda... Son algunos de los titulares. Creo que ya me hago una idea.

“Inversión segura. Por el diamante no pasa el tiempo. Otra opción: zafiros, esmeraldas y rubíes... Márquese un objetivo claro, elija bien la alhaja”... Pinjante manierista del siglo XVI (98.542€). Sin redondear el precio. Collar con turmalina en forma de gota (33975€). Sin redondear, el precio. Pendientes con esmeralda talla corazón (c. p. v.). Ya saben.

“La mezcla de piedras preciosas y oro es el mejor síntoma de la modernización de la joyería. La utilización de nuevos materiales como el paladio, más ligero que el platino, el rubedo, aleación única, ultraligera, de brillo excepcional...” Sortija en oro blanco con diamantes (Solo por encargo) Reloj Miss Pasha (18400€). Anillo Danza Maxi (6612 €). Sin redondear... Reloj Oyster. “Lujo en acero, aunque el materia pueda parecer frío, compone una máquina perfecta” (c. p. v.).
“La industria del lujo crecerá un 7% este año, 212 billones de euros están en juego, sus beneficiarios serán quienes mejor sepan adaptarse a los gustos demográficos”. Anillos de oro rosa, blanco y amarillo con diamantes de Pandora. No, Pandora es la firma, léase, diamantes coma... Pulseras de plata con marcasitas (1700 €). Broche escarabajo, con oro, platino, esmalte y cerámica egipcia (c. p. v.) Broche en forma de libélula de platino, zafiros y brillantes (68731 €) Sin... palabras.

“Con anatomía de insectos, gemas de colores que atrapan matices florales, estructuras invisibles sobre las que los diamantes forman cascadas de luz”... Broche en forma de flor de oro blanco y amarillo. Broche con zafiros de color malva. Pulsera de oro y platino con diamantes, ópalo negro de Australia y rubíes... Collar de oro con zafiros color violeta, morganitas y turmalinas. Cronógrafo de oro rojo, adornado con baguettes de tsavorita, turmalina y zafiros verdes; esfera grabada de pitón y diamantes engastados; correa de caucho y pitón. Llame al teléfono... Collar de oro con esmeraldas, ónix y diamantes con forma de pantera”...
“La plata, la reina del joyero informal, vuelve, y es para quedarse. Se adapta a cualquier estilo, ya sea rockero, lady o glamuroso”...

Por suerte aún quedan sacos en los comercios con pimentón y legumbres. Ahora, en el sopor de la siesta, estoy imaginando esos sacos llenos de joyas y de alhajas y la gente que entra a comprar el pan (0,97 €) o una lata de sardinas (0,90 €) o una botella de vino (1,25 €)  o un kilo de sal (0,39 €) o una caja de cerillas (0,50 €), meten en ellos las manos y en vez de dejar escurrir entre sus dedos una cascada de garbanzos, cogen collares, pulseras, relojes, gemas, diamantes, broches en forma de chinche y de libélula...

                        De vuestro amigo Santos Jiménez

   


sábado, 10 de noviembre de 2012



En el entierro de un joven

El ataúd aparecía a intervalos entre los paraguas. Navegaba en el aire, sobre los hombros de los amigos del muerto. Llovía a bocajarro, como llueve en estos valles, aunque luego luzca el sol cuatro meses seguidos. Si mirabas solo la madera brillante y laboreada, tal vez de nogal o imitando al nogal, entonces sí que parecía que iba sobre el agua. La oscilación era exactamente la misma que si fuera a la deriva por la calle inundada y desbordada. Después fuimos saliendo del entramado de calles del pueblo y el camino ascendía hasta el cementerio que estaba en un lugar apartado, el único en los alrededores con tierra muelle y con la profundidad suficiente para cavar una fosa, un barranco con las medidas reglamentarias.

Aclaró de pronto y cesó el aguacero. Cesó solo en una parte del valle, del cielo de la otra seguían desprendiéndose varetones grises en polvareda de agua. De nuestro lado se veían ahora los pinos, que primero estaban a nuestra altura y poco a poco, a ritmo de entierro, se fueron como ahondando, surcados de finos velos de nubes. Esos velos ocupaban los bajos del pinar hasta cierta altura de los árboles, dándoles volumen, marcando la silueta singular de cada uno.

Y entonces, cuando el cortejo enfilaba ya la última parte del trayecto, que era una recta con las dos puertas negras al fondo y las puntas de los cipreses, solo las puntas, asomando por encima de la larga y alabeada pared del cementerio, se formó un arco iris. Doble, clarísimo, de una nitidez y limpieza que imantaba los ojos. Todos mirábamos; los que portaban la caja ladeaban el cuello como si padecieran una fuerte tortícolis. Aún quedaban algunos paraguas abiertos, de esa gente que lo mismo tarda en abrirlos cuando llueve que en cerrarlos cuando escampa. Y se cerraron, y nadie, ni una sola persona miraba otra cosa que el arco iris, como si fuera una televisión retransmitiendo el enésimo partido de fútbol del siglo, de pronto, ahí en los cielos.

Había otro detalle, sin embargo, al que nadie fue ajeno. Aquel arco, de inusual anchura y colorido, nacía en el pueblo, en su caserío, y desde allí, justo desde donde estábamos, la impresión era que nacía en la casa del muerto y ascendiendo y volteando el valle desde aquella parte aún en lluvia con nubes apelotonadas y grumosas, venía a caer a esta otra, donde la aclarada del tiempo, pasajera y zorra, le dejaba morir dentro del recinto. Y no hubo duda de que caía en la fosa abierta y húmeda y se enterraba hasta los arroyos del subsuelo.

Entró más gente que nunca aquel día al camposanto. Entraron hasta los que se quedan en la puerta para ser los primeros en dar el pésame a la familia cuando sale compungida. Pero ya el aire había llevado las nubes más allá de los cerros, y con ellas la precipitación, y del tan delicado suceso óptico quedaba tan solo el espectro, por así decirlo: El barranco repleto de algo, que parecido a las pavesas, se iba tumbando en el fondo.



miércoles, 19 de septiembre de 2012

Golpe bajo

Con la música del organillo le venían las palabras de su padre. Envueltas entre las notas de la música caían desde lo alto, desde la luz cromada de la bóveda gótica. Una lluvia de letras componiendo las frases tantas veces oídas.

Él estaba allí, de pie, junto al altar, cumpliendo o realizando al fin, el más insistente de sus consejos: “Cásate con una rica, hijo; es la única manera que tenemos los pobres de hacer un poco de revolución y de tracamundear, de paso, las clases sociales. No hay otra”.

Pero cómo un hombre con los PENSAMIENTOS y con los IDEALES de su padre podía decir esas cosas.

Él se lo había creído y ahora iba a casarse con Rosaura o con el vestido de lentejuelas de Rosaura; con su diadema de siete zafiros; con su sortija de oro simulando licuarse, último capricho de un excéntrico orfebre; con sus zapatos de diamantes, absolutamente hechos de diamantes, como hay calaveras confeccionadas con diamantes..., con el chanclo de corcho, también, en el que al fin y al cabo se deberían sustentar aquellos diamantes que hasta decurrían por el tacón y cuya punta terminaba, como no, en un diamante; con el bolso de novia, semejante bolso de novia de policromada pedrería; con la pulsera indescriptible de valor incalculable; con el collar, los pendientes y los alfileres condescendientes con la plata, resumido todo luego en semitransparencias de mucho encaje y micro fibra, ligeras, sutiles, blanca lencería, eso ya oculto a la vista, acomodado en el acomodado cuerpo gentil de Rosaura, haciendo nido en sus lozanías, apretando un poco más, aunque parecía imposible prensar aquel prensado, delicioso, magro y perfecto cuerpo de Rosaura...

¿Y si eran solo palabras, cosas de su padre?... Su padre era un hombre de palabra, sí, pero, ay, también de muchas palabras, y entre tantas...: “Hay que saber esperar, te enamorarás igual de una que de otra; a vuestra edad sobra amor, y muere y renace ese amor como la hierba aunque lo riegues con besos o con lágrimas”... Era otro de sus estribillos.

No podía ser cierto. Aquel hombre que hasta el día de su muerte mantuvo la DIGNIDAD, el COMPROMISO, la INTEGRIDAD... Leyó entonces el fragmento apologético de un pasaje bíblico escrito con letra cancilleresca sobre el esmalte de un azulejo del Puente del Arzobispo: “Aunque repartiera todo lo que poseo e incluso sacrificara mi cuerpo, pero para recibir alabanzas y sin tener el amor, de nada me sirve.”

Soltó con delicadeza la delicadísima mano de Rosaura y salió de la iglesia lentamente, mirando las caras de los invitados. Todas y todos tenía el rostro de su padre.

Sonaba, ahora sí, in crescendo, como tendones con rabia arañando las junturas de las piedras, el organillo.


     19/9/2012   Mientras se pasan los higos      Cuevas del Valle      Santos Jiménez

lunes, 30 de julio de 2012



La venganza de la prosa



Perdí el poema. Bueno, tal vez era solo apariencia de poema por su disposición como en versos. Me lo perdió el ordenador maniobrando en la tecla equivocada.
No hubo manera de recuperarlo.

Era sobre la cabeza: “No quiero perder la cabeza en los caminos y volver sin ella y seguir ya sin ella, como tantos. Yo también soy uno de tantos, pero aún con mi cabeza.”

Algo así decía y muchas más cosas, como que no fuera una alcancía que solo sirviera para meter dinero por la ranura convirtiéndose así en su propio testaferro; pues bien sabemos que puede una cabeza ser cabeza de hierro sobre su cuerpo y oscilar pesada llena de monedas...

Y que no la enganchara la guillotina del momento.

Aunque las cabezas que aprehenden la esencia de la rosa y anhelan una nalga en pétalos de gardenia están fuera del momento. Sí, una nalga, la tuya, que me miras con esa cabeza donde los ojos antes de ver lo acarician todo con la mirada.

“Y desde el cuello ya es la cabeza planeta en el aire. Inteligencia. Y libre, ahí, es más que una parte y sin ella nada la otra parte”.

No sé. Cuando los versos se pierden no hay manera de enmendarlos, aunque sean estos deshilachados versos míos, versos tuertos, no versos sino indicio de quebranto y de ansia social. Cebo que prendo buscando beneficio de caricia.

Eran a mi cabeza enredada en las zarzas del camino, no a mi pelo, del que carezco con pesadumbre como de todo aquello que siendo nuestro nos fue hurtado.

Querer escribirlo otra vez es como componer de nuevo un racimo de uva despalillado, pensé. Ahí estuvo cual era hasta con su mildéu, y ya no hay más.

Se disolvió entre los jugos gástricos de mi ordenador de mesa.


         Santos Jiménez



domingo, 15 de julio de 2012

Otra tristeza


“No te pongas triste”, recordaba que le decía su abuela de pequeño.

Palabras viejas, tan viejas como los tiempos en los que ella peinaba el pelo a las vecinas a la puerta de la casa y luego alguna también la repeinaba a ella y la hacia un moño que lucía húmedo y entrecano y que la rejuvenecía...
Ahora él la estaba remozando en su recuerdo. “ No te pongas triste”. O sea, que se ponía. Que tal vez desde chico tenía propensión a cierta melancolía. O quizá sean las cosas, las que nos pasan, las que nos van a pasar, las que nos ponen a todos tan tristes y, entonces, más a él con su tendencia.

Quién sabe.

Las abuelas se repeinaban todas las tardes en el poyo que estaba junto a la fuente. Después llegaba el médico a conversar con Anastasio. Anastasio tenia noventa y seis años y urgía al doctor a descubrir algún remedio para no morirse. “Seguro que cuando yo me muera lo descubren” decía compungido. Y aún vivió algunos años más Anastasio, alargando el tiempo con deseo mientras su cuerpo se iba encogiendo y arrugando bajo aquel armatoste de sombrero calañés.

Él también esperaba impaciente la llegada del médico. Por los santos. Aquellas estampas que anunciaban medicamentos y que le regalaba constituían un tesoro. El mundo podía ser blanco y negro, pero en su rimero de estampas todo era color, letras mágicas, signos mágicos, si mágico es el hechizo sobrecogedor que obnubila la ignorancia. De aquellas cornucopias que vertían pastillas en el fondo malva de una cartulina le parecía que podía surgir cualquier cosa. Una brocha y una caja de pinturas, por ejemplo, para llevarlas consigo toda la vida...

Se acuerda ahora de ello, cuando el mundo, después de un falso estallido cromático ha vuelto a su fijeza sin matices, al pardo negruzco de la tierra volteada, al blanquecino sabor del polvo en los caminos, a la cinérea infición del muladar...

“No te pongas triste” le decía su abuela mientras blanqueaba la fachada que un día había sido de piedra y a base de manos de cal ahora era un paramento blanco con relieves, bordes suaves, techos minúsculos, entrantes y salientes aterciopelados, afelpados y como asemejándose a la lana de la oveja pues enjalbegaba con pellejo de cordero...

No te pongas triste.

Y aunque la tarde era limpia, de esas de junio, serenas, que paren las noches de viento y tienen euforia en el aire -la suficiente al menos para adecentar una casa- a él, no podía remediarlo, una orfandad lo acompañaba...

         S. Jiménez



domingo, 1 de julio de 2012



Las pequeñas cosas

Esas pequeñas cosas. No las del chiste:
sarcásticas, cáusticas, alcanzables...
una pequeña mansión, un pequeño yate,
una pequeña fortuna...

No, no, nada de eso sino lo imposible,
lo que el hombre solo rozará
en algún contado instante de la vida:
El corazón de su amante,
el ala de un ángel de extraña rareza
que se presenta a veces a nuestro lado
en forma de niño o de anciana muy pálida,
la luz de una flor que nace de la cal
desafiando ella sola la soledad del sol,
la brasa de la calle,
la caricia de pétalo malva de una mano
que se posa en la sien y masajea
con pico de algodón esa impaciencia,
el color de la amistad; amapola
solitaria entre los trigos,
la madrugada de la alondra, digan
lo que digan, en lamento de amor
por las olivas, digan lo que digan...

Un bucle negrísimo de magnitud atómica
a la perturbadora puerta del destino.



lunes, 25 de junio de 2012






Gracias madre

Plantar un árbol, eso sí que es amar.
Y regarlo después cuando la canícula.
Y cuando el polvo sahariano rebasa las montañas
cayendo en los valles como microscópicos
cristales de lumbre.

El suelo despide vaharadas calientes
a pesar de que la noche va llegando.
Tarda, tarda pues estamos en junio
y la oscuridad ahora es un  suspiro
de puntos brillantes.

Y habiendo refrescado tanta sequedad
yo también tengo sed y tengo hambre
y al abrir el frigorífico encuentro
una fuente de arroz con leche con su
sombra de canela.

Se me refrescan -iba a decir el alma- los ojos,
pues bien sé que manos lo elaboraron.
Y ahora hay que comérselo todo,
rebañar las paredes del plato metiendo la
lengua si hace falta.

No es por glotonería ni por el hambre, que solo
fue elocuencia en nuestra casa. Es un acto
de amor, un modo de dar las gracias.
Porque ese arroz con leche, amigos,
lo ha hecho mi madre.





miércoles, 6 de junio de 2012


Cuando algún autor habla de los campos
comparto sus palabras con mi padre


Están hablando de nosotros,
¡aún tiemblo!
Patxi Zubizarreta y el acordeón de Aranburu
hablan de nosotros.
¡Aún tiemblo!
Hojas, cortezas,
troncos de silencio.
¡Hablan de nosotros!
¿Acaso no les oyes?
¿Tan a lo hondo estás?
Yo ya me bajo de la rama...

Pero tú sal de la tierra.

¡Están hablando de nosotros!




jueves, 24 de mayo de 2012



Era hondillo y sin soga el pozo donde caí
                                             (Fandango de Huelva))



Estoy amarrando con maromas
de anhelo este momento, a su buen puerto,
al noray de los balcones.
Ya que todo navega y se desliza,
transcurre, pasa, se va, se fue.
A su buen puerto..., porque corto es el placer
y a la rosa le dura tan poco su traje de lluvia...








       Todas las fotos y los textos de este blog son de Santos Jiménez.
       Cuando algo sea de otro autor aparecerá con su firma

lunes, 23 de abril de 2012

A sesenta flores de cartón, de distintos colores, metidas en un jarrón





¿Y dices que se venderían bien en Madrid?
Pero cómo las íbamos a vender por las calles
sin licencia ni permisos, seguro que nos multaban.
Tendremos que dedicarnos a otra cosa...
Es una pena, son hermosas, se diría
que lo que les falta de vida y de perfume
se lo insuflas tú con tus manos.
El roce de tus manos horas y horas
recortando, pegando, dibujando...
¡Y el mérito que tiene esa labor de reciclaje!,
pues al cabo, solo son cartones de hueveras,
palos de pinchos morunos y témpera.

Sea original, regale una flor de cartón,
las tenemos rojas, azules, fucsias, naranjas,
moradas, amarillas...

Me veo con un ramillete bajo el brazo
pregonando el producto.
¿Crees que alguien compraría una?
Podríamos ponerlas al precio del café
o al precio de una cerveza
pero, ¿quién va a preferir una flor de cartón
a una infusión calentita o a sentir en los labios
la espumosa cerveza...?
Te voy a sacar una foto trabajando,
con la mesa llena de flores y recortes, para
que cuando el tiempo y la humedad
arruinen el producto tengamos un recuerdo
de lo que pudo ser el principio de un gran negocio.

Sea original, regale una flor de cartón,
las tenemos rojas, azules, fucsias, naranjas,
moradas, amarillas...



miércoles, 18 de abril de 2012

Albacea de los cantos


¡Maldita sea! Cómo explicarles a aquellas mujeres que la tierra, ahora parda bajo los castaños, en un mes estaría morada de jacintos y que el arroyo sería una alfombra de botones de oro y ni el agua se vería de las florecillas blancas y el verde tapiz que brotaría por todas partes. Cómo convencerlas de que la arenisca que pisábamos sería después césped y las retamas y los agavanzos iban a llenar de color los eriales... Y, además, estaba el incendio.  -Pero... ¿aquí ha habido un incendio?, preguntaban cada vez que topábamos con un tocón ennegrecido o cuando se manchaban las ropas al acercarse demasiado a un fuste de roble sollamado por el fuego... Entonces yo les mostraba los vástagos de castaño, los pinos que salían como rabiosos del suelo calcinado, los crecimientos de los robles, algún que otro cerezo aquí y allá y hacía hincapié y enfatizaba el hecho de que fuera invierno y todos los árboles que formaban el bosque de galería de arroyos y riachuelos, estaban, como era lógico, sin hojas, pues eran árboles caducifolios, y recalcaba la palabra caducifolios para darle más importancia. Luego, para rematar, les dije: mirad, si al final compráis el terreno os aseguro que lo que terminará siendo un problema serán las hierbas, las zarzas, los arbustos... No sé si me creían, solo miraban y miraban las lomas peladas y llenas de pedruscos que parecían, y no me había percatado hasta ese preciso instante, raros animales paciendo extáticos la falda del monte.
Se llamaban Elena y Virginia, habían venido desde Madrid para ver la finca, si les gustaba, lo más probable era que terminaran comprándola. Eran artistas. Trabajaban en profesiones relacionadas con el mundo del arte, algo oí mientras el coche se bamboleaba  por la pista forestal llena de baches y destrozos provocados por las últimas lluvias. -¡Pero si hace meses que no llueve!..., clamaron al unísono. Y yo otra vez condescendiendo: es cuestión de tres horas de máquina excavadora, por aquí apenas pasa gente, por eso no se arregla. ¡Maldita sea!, se me iban acabando los argumentos.  Por fin llegamos a aquel trozo del paraíso: un prado rodeado de robles con agua cristalina, cantarina, siempre corriente; las piedras formando aún casillas y corrales de las construcciones que sirvieron un día para resguardo del ganado y almacenamiento del heno; castaños que daban fruto; un cerezo bravío, de descomunal porte, pues jamás nadie le metió mano en poda ni desmoche... Graznó entonces un arrendajo y Virginia gritó -¡Hay vida! El córvido voló sobre nuestras cabezas con su vuelo bajo y pesado dejando una estela azul y gris en el calvero. ¡Maldita sea! Seguí con mi cháchara, intentando vender a aquellas chicas los últimos restos de un naufragio del que ellas podían rescatar un tesoro. En efecto, el campo abandonado y baldío es un buque hundido con la panza llena de sorpresas, como esos galeones españoles que destripan los cazatesoros. Pero ellas solo veían los contras del negocio: el puto incendio, los pedregales, la ruina de la tierra en un invierno de hielo seco, el vehículo descoyuntado en los saltos del camino... Antes de que se marcharan saqué la navaja que casi siempre llevo en el bolsillo y como si fuera la cosa más natural del mundo, como de hecho quizá lo sea para mí, me puse a podar con ella un ciruelo melenudo, abandonado, que había nacido en el borde del camino, justo al lado de un hito de los que marcan las lindes del monte público con las fincas particulares. Y eso les gustó. Qué interés pusieron en ver como abría el porte del arbolillo practicando en él los primeros pasos de una poda de formación, llevándome por delante un ramillete de capullos a punto de reventar -un manojo de cerillas blancas, dijo Elena, y les dio mucha pena, pues al cabo eran los únicos atisbos de flor vistos en toda la mañana. Quedaron encantadas, no obstante, con la poda, lo de comprar la tierra dijeron que se lo pensarían, maldita sea, y yo me juré a mi mismo y allí mismo no volver a enseñar a nadie aquel rincón donde los días de calma, cuando amaina el viento, que en verdad son pocos, el sol desciende, salta mejor dicho como animalillo brillante por el alabeado ramaje de los árboles y se tiende en aquel campo dorando la tierra, bañando con una pátina de oro puro el infinito rebaño de los cantos.

 











sábado, 14 de abril de 2012


Maletilla de escenarios poéticos


                                        A Luis Miguel Álvarez

Se subía al estrado de los otros inoportunamente
y recitaba sus versos:                                                                                                                      

“En tu haza
mi lengua
se hace carne a voleo”.

La flauta suena alguna vez por casualidad
pensaba la mayoría.
Lo abucheaban las más de las veces.

“Ahora te gusta este desgarro,
cuando ya mis flanes
de jazmín y de canela
tiemblan en las letrinas”.

Quedaba en el aire un dejo de confusión
y de asombro roto enseguida
por el clamor de la protesta.

Hasta que un día
bordó en el centro del ruedo la verónica.
Actuaba el emérito maestro
que acumulaba ya todos los premios
y reconocimientos imaginables
y él se lanzó a su tarima.
Era, en verdad, como si toreando José Tomás
en la Maestranza sevillana, saliera el maletilla
y en mitad del redondel labrara
primorosas chicuelinas
hasta que La Benemérita se lo llevara
al calabozo prendido por los codos
en medio de una algazara general.
O tal vez ya sea otra fuerza pública
la que efectúe esos menesteres,
o quizá ya no queden maletillas
ni toros ni toreros... pretorianos siempre habrá.
El maestro condescendió displicente
cediendo el micrófono con un gesto de
¡qué le vamos a hacer!
y aquel saltimbanqui de escenarios
que perdía los meses para robar un minuto
dijo...

 Hubo risas y hasta choteo de risotadas, y aplausos.
¡Se dejaban las manos palmoteando!
El maestro aplaudía en sordina
señalando al susodicho.
Este buscó las orejas de las últimas sillas para sentarse,
atravesó el pasillo flanqueado
por blanquísimas dentaduras de esmerados dientes.
Iba acariciándose las desvencijadas teclas de su boca
con la lengua, rozándosela al pasar
por el desportillado borde de un colmillo de leche...
saboreando la victoria piorrea.

Esto fue lo que dijo:

“Creo sinceramente
no poder ser artista
con estos dientes”...








sábado, 31 de marzo de 2012


Del noble oficio de injertar árboles

                                                   A Antonio Vinuesa

Para ganarme unos euros injertando árboles
me anuncié de esta manera:
Llegaba a las fincas donde el dueño había
remendado de mala gana,
sin limpieza y sin intención, un palo en otro palo
y sobre las yemas resecas colgaba una nota
con mi nombre y número de teléfono.
Aseguraba un 80% de efectividad en la operación.
Así injerté cerezos sobre guindos bravíos,
melocotones en patrón de ciruelo,
manzanas Belleza de Roma en retorcidos membrillos,
peras de Don Guindo en puntas de espino...
Y sobre todo castaños. De las variedades
que se extinguen a consecuencia de la tinta:
Mantequeras, Santas, Gallas, Gatillas, Coronelas...
Y cepas, grietas del vino diario:
garnacha, moscatel... Fue el único instante
en que mis rodillas tocaron el suelo.
Postrado así, sumiso ante el milagro
de la púa entrando con la yema en la hendidura
para prender después y brotar y manar uva.
Creciendo  todo en surtidor desde la tierra.
Saliendo de la tierra.

Pero lo mejor fue un rosal de cien hojas
en agavanzo. Respetando el agavanzo:
mitad rosa perfumada mitad silvestre rosa,
la rosa de mayo con la zarzarrosa,
el rosal de Provenza con el escaramujo.
Escabroso terciopelo, jardín del monte,
el rosa con el blanco más blanco de los huertos.
Ni rivales ni contrarias mi mano y su mano
floreciendo de gracia.

                 Santos Jiménez




lunes, 26 de marzo de 2012

Concierto de jazz con ensoñaciones de tocado masculino

Cuando el batería intensificó su son
se despojó de la gorra con alargada visera
y se le vio la calva muy blanca...
Me acordé entonces, antojos que tiene el recuerdo,
quizá no tan caprichoso pues el ritmo era de marcha,
de las calvas blancas, las caras renegridas
y la boina entre las manos que llevaban
los hombres en los funerales camino del cementerio.
La cara tan negra de trabajar al sol de los campos
y el cráneo blanco por no desprenderse en la faena
de aquella prenda funda-mental...

Bailaban boinas, gorras y sombreros a ritmo de jazz.

Me acordé de las gorras que me traen mi hija y mi hijo
de sus intercambios escolares y de sus viajes de estudios.
Son el mejor regalo: algo me toca en la cabeza de esos viajes
a Italia, Alemania, Dinamarca, Francia...
Luzco con cierto orgullo el tocado y presumo de su procedencia.
Bailó también a ritmo del jazz de Varadero
la boina tolosana Elosegui que hace más de treinta años
regalé a mi padre y que compré
en una tienda de la Plaza Mayor de Madrid.
La misma que llevaba puesta el día en que murió.
Me la entregaron junto con otras cosas,
metidas todas en una bolsa de plástico,
cuando se lo llevaron en la UVI móvil...
A él ya no iba a hacerle falta.
Me la pongo en ocasiones porque mi sombra
se parece así a su sombra.

Bailaban sombreros calañeses, olé, a ritmo de jazz.

-¿Es usted vasco? Me preguntó en la sierra
un vigilante de frontera en tierra de nadie,
guardián de las ruinas, celoso del derribo
 y de la carcoma de la vara de tiro de los carros,
sorbedor de nieves negras de los camposantos...
-¿Es usted vasco? Como si estas boinas
 no se hubieran usado en las neblinas interiores,
en las pardas mesetas,
como si no se usaran aún en nuestros pueblos,
embutidas, a veces, hasta las orejas,
con el rabillo tieso en medio
como un pequeño respiradero del cerebro...
¿Y porqué tengo que explicar que con ella no solo
me cubro la cabeza sino que rememoro
la arcaica cabeza de mi padre?

Bailaban sutilmente aterciopelados sombreros
de piel de topo a ritmo de jazz.

Silabeaba la cantante bajo la nube de sombreros
de piel de topo que oscilaban a ritmo de jazz.

Debido, tal vez, al cambio climático, la gente común
se ha desprendido de esa prenda de vestir
que nos protege los sesos del calor y del frío
con la consiguiente pérdida de las normas de urbanidad
y cortesía que implica su uso.
Si no se lleva boina, gorra, gorro o sombrero
es aconsejable no practicar esos preceptos con la cabeza.
Es decir: quitársela al paso de una procesión o autoridad,
perderla por contemplar a una dama,
colgarla en los percheros de los ministerios...

Bailaban a ritmo de jazz cascos de protección de obra,
de polietileno, amarillos, verdes, rojos, azules...
resistentes a los rayos ultravioletas,
con tirilla regulable y aislamiento térmico,
cinta textil de desudoración, recambiable, claro,
disponibles, además, con ventilación y sin ventilación,
con posibilidad de ajustar a ellos gafas protectoras del globo ocular,
mascarillas, barboquejo con mentonera...
¡La leche, parece un yelmo!

Bailaban, al fin, sombreros de paja caribeños o panameños o mestizos
en el cielo de la sala, por encima de todas las cabezas,
a ritmo de jazz.

viernes, 16 de marzo de 2012

Los grandes viajes

Santa Lucía de la sierra. Campo de frambuesas,
ruiseñores cantando en la frescura la canción de su tiempo.
Bordes amarillos de piornal y gorjeos de pinzón.
Manzanos. Venían los manzanos acompañando al Tormes.
El cuco hace de las suyas en la entraña del laurel.
Consultorio médico. Dos perros.
Calle de la Iglesia, calle Ventana, calle Eras de Gredos.
Un gato caza en la pared medianera de unos prados.
Crecen nubes que velan tanta pureza de luz.
Una portezuela percute contra su cerco arrítmicamente.
Lirios a la orilla de una vieja tolva añil.
Aquí aún riegan los prados. Revientan con el “jurgunero”
el canillero de la alberca y el agua sale a “borce”
y se “jarrancha” por los endilgos.
Fluye el agua como fluye el lenguaje dejando entre las hierbas
palabras inservibles de oficios muertos.
Espurria la golondrina su notas desde un cable frío.
Cicuta, gordolobo, llantén en el camino, diente de león...
Calle Huerta del Moral. Una puerta cubierta de telarañas
con dintel en el que inscribieron con almagre:
“ARRIVA ESPANA CANTINA EL MESON NO SE FIA”.
Tejas verticales protegen de la lluvia el paramento sur
de las fachadas. Una mujer sale de un corral.
Buenos días. -Y buenos que son. Desaparece.
Insiste el pinzón en su monótono canto. Malvas.
Nueza negra en flor. Campo de frambuesas. Robles.
Salgo de Santa Lucía de la Sierra por el camino del Tremedal.
Al fondo el cementerio.





sábado, 10 de marzo de 2012


A una moza que orinaba bajo un “jeriondo”


El "jeriondo" es un arbolillo de la familia de las Ramnáceas
al que también se llama arraclán, como al bicho,
y cuyo nombre científico es Ramnus frangula.
Abunda en tierras perdidas y abandonadas,
al frescor de los riachuelos, donde antes hubo huertos.
Los cabreros, para matar las horas,
a punta de navaja labraban su madera,
elaboraban dibujos geométricos y en espiral
a los que luego aplicaban jugo de zarzamora
dándole color.
El color de la madera del arbusto tira a lúteo.
Cuando la zarzamora estaba seca,
picaban la corteza restante
           y la vara quedaba pintada de sangre y amarillo.
           Despide un fuerte olor,
de ahí, quizá, su nombre: hediondo, el cual
devino en "jeriondo" o no devino nunca,
en nuestras tierras abulenses
y fronterizas al norte de Extremadura.
Pero no es para tanto, el olor, digo.

Y se sube las bragas y veo mariposas
tatuadas en sus muslos, revoloteando
la curva de sus caderas...